lunes, 16 de mayo de 2011

MERCEDEZ.

Matias Famulari.

Si tuviera toda la guita que gasté en Restorantes, podría tener hoy, tranquilamente, un Mercedez.  Hay algunos a los que he visto antes de concurrir. Hay otros a los que fui directamente. En varios he sido habitué y hasta en diferentes turnos.
Hay por los que he tenido una única pasada, ya sea por decisión, por posibilidad o simplemente porque si.  Muchos son. Un Mercedez, mínimo.

Para analizar, en el mundo de los restorantes, son muchas las posibilidades desde donde abordar.  En el ingreso mismo al local, por ejemplo. Están los que tienen más de una puerta. A veces hasta un pequeño ambiente vidriado que separa la calle del salón. En algunos se es recibido y hasta guiado. En otros  a propia elección se escoge el sector y la mesa. Hubo ocasiones en los que tuve que esperar, por suerte, una copa en la calle, amenizaba la ansiedad de convertirse en comensal.

¿Quién no podría distinguir el sonido de un restorante? No sería posible acaso, abaratar el costo de una escena, ahorrando el dinero de la locación  donde comen los personajes de la película, poniéndolos en un plano conjunto, conversando entre si y  un ambiente sonoro autosuficiente, que sin necesidad de la imagen, nos cuente que  son varios más los que hablan allí, que comen y que golpean sus cubiertos en la loza del plato.
Están también aquellos silenciosos, íntimos, en el que la caída de un tenedor sería un suceso a evitar. Aquellos donde la música tiene el exacto volumen para dejarse oír y al mismo tiempo estar ausente.

El del mozo, un oficio con arte. El arte de la perfección. No importa si es entergando una carta,  apoyando un plato sobre la mesa o atrapando algún gesto. Es la perfección de cómo hacer lo que hay que hacer en ese momento y de la mejor manera posible. Siendo participe, charlatán o confidente. Y a veces, y cuanto mejor, imperceptible generador de lo próximo.

Hay menús que requieren varios minutos para ser leídos. Otros de pocas paginas. En ocasiones solo basta una pizarra o un impreso A4 puesto en un folio o pegado en la pared.
Y pedir. A veces directo a lo seguro. En ocasiones, experimentar o sorprenderse.
Están los que nunca fallan y también, aquellos que no pueden torcer la suerte de quienes en general, encuentran faltantes en sus elecciones.

Cuantos y que importantes, los tentempiés. Desde el pan con manteca  hasta los escabeches, buñuelos, cremas y ciertos otros preparados, de tamaño ideado para tal ocasión.
Los cubiertos, el mantel, la música, las copas, la separación entre las mesas y tantas otras cosas que surgen en el desmenuce del COMER AFUERA.




Posibilidades hay, como personas se sientan a la mesa. Hay quienes hacen una burbuja alrededor de su espacio, sin atender lo que pasa por fuera. Hay quienes llenan su vacío con el entorno, viviendo de modo parasitario lo que sucede en otras mesas o en el resto del salón. Y por eso es que una misma experiencia puede resultar tan dispar en cuanto a la opinión.

Todos los elementos que conforman el COMER AFUERA, individualmente o en conjunto, pueden ser depositarios de las alegrías o frustraciones, broncas o felicidades de aquellos que ocupan las mesas. Un mismo plato puede ser exquisito o insulso, de acuerdo a la subjetividad del dueño del paladar. El espacio entre la entrada y el plato principal puede ser eterno o demasiado rápido, en relación a la concepción temporal de aquel que lo ha pedido.
También  puede darse, que el restorante donde ocurrió la cena, ocupe un brevísimo espacio en el relato del día siguiente. Y no por eso la experiencia es menor a la de otro relato contenedor de los más variados detalles. Todo depende.

Pero más allá de las innumerables variedades en torno a la cuestión, hay ciertas cosas acerca de los restorantes, que tienen la capacidad de atravesarnos a todos y a cada uno. Enumerarlas sería imposible, incluso, vano resultaría el intento por detectarlas de manera individual. Pero están, existen. Y son aquellas que en mi caso particular, hacen que encuentre un placer extraordinario en salir a comer. Conocer restaurantes, descubrirlos, recomendarlos o cuanto mejor, proponerlos. Aquellas que tienen que ver con compartir, con pertenecer, cambiar al menos por un momento el punto de vista.

Sentarse en la mesa, recibir la carta y comenzar el viaje disfrutando hasta la cuenta, del sofisticado y maravilloso andar del Mercedez que no tengo, pero llevo en el haber.


MATIAS FAMULARI.
Realizador Audiovisual
Escritor
Libre pensador y Sibarita.



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