jueves, 9 de diciembre de 2010

Echale la culpa a Río.

Al levantarnos temprano por la mañana, hicimos nuestro ultimo desayuno en Le Palmier y confiamos nuevamente nuestras almas, al conductor de la Traffic de la muerte, que nos llevaría de nuevo a Río de Janeiro, en donde teníamos pensado, pasar la noche, para a la mañana siguiente emprender la segunda etapa del viaje, hacia hasta el momento…no sabíamos donde. Para nuestra sorpresa, la traffic, nunca se presento, pero en su lugar un fantástico micro, pasó por nosotros. Dos horas y medias de viaje me permitieron observar todo aquello que me había perdido a la ida.
Al abandonar el micro en medio de Ipanema, comenzamos una caminata de 20 minutos, decididos a buscar hotel donde dejar las cosas, para hacer un reconocimiento del lugar, hacer ese trabajo a pie, no era nada rendidor, ya que el lugar, es grandísimo, y la oferta hotelera, es apabullante.
La primera opción, fue preguntar a alguien que parecía confiable, ya que no queríamos gastar demasiado dinero por una sola noche, pero a esta altura ya lo veiamos como algo imposible, debido a que los hoteles son bastante costosos.
Siguiendo la indicación de quien nos recomendó un lugar, finalmente llegamos, pero verdaderamente no nos imaginábamos volviendo a la noche a ese lugar, ya que estaba justo en la entrada de una gran Favela y había una persona durmiendo en el piso totalmente drogada y ensangrentada, por lo que decidimos buscar por nosotros mismos.


Unos 10 minutos de Cyber, nos alcanzaron para encontrar un buen lugar para quedarnos, a un precio que hasta el momento, era el más conveniente.

Al llegar al Hotel, me sentí como en una de esas comedias picarescas de Olmedo y Porcel (comediantes Argentinos de los anos 80), dado que el lugar era terriblemente ochentoso.
Un breve descanso, una chequeada a la habitación, fueron suficientes para comenzar con una tarde en Rió y la decisión de cual seria el rumbo, que tomaría nuestro viaje, durante los próximos días, ya que este, era solo un lugar de transito.


La conversación de la noche anterior con Eddie, el dueño del bar de Buzios, nos hizo plantear como un mandato, nuestra primera parada obligatoria. Lobato frente al Otton Palace.













Caminado por la rambla Carioca, fuimos admirando el camino, las veredas tienen dibujos hechos en piedras blancas y negras y cada barrio tiene su propio diseño, estos trabajos están hechos artesanalmente en su totalidad..




Durante el trayecto hacia el Otton Palace en Ipanema, fuimos pensando en todas las cosas que le preguntaríamos a Lobato, que por ser el Capo de la Rosinha, (la favela mas grande y peligrosa de Brasil),seguramente tendría mil historias para contar.
Al fin, llegamos al lugar de la mano de enfrente, cruzando la avenida, el imponente Otton Palace, de nuestro lado, tal como Eddie nos había indicado, la carpa blanca con el nombre de Lobato, nos esperaba.
Eddie nos había adelantado que Lobato, (su intemo amigo), era un hombre muy peligroso y tenía muchos enemigos, por lo que sus guardaespaldas tratarían de filtrar nuestro encuentro.



Al llegar a la carpa, un grupo de hombres mantenía conversación  a un lado, y al frente de la misma, como en una barra improvisada un hombre solo, miraba el mar. Nos acercamos a el, y Matías, en Portugués, le pregunto si estaba Lobato, a lo que el preto nos contesto, -Yo soy Lobato!
Al mencionar a Eddie, el hombre no lo recordaba tanto, no era tan grande como Eddie dijo, ni nadie lo protegía.
La conversación duro menos de un minuto, lo que tardo en preparar la caipirinha y cobrárnosla por el valor de 5 reales. Fin de la historia.
Luego de retirarnos derrotados por el fiasco de la aventura, comprendíamos que era mejor que eso haya pasado, ya que era una situación tan bizarra, que seria la mejor anécdota del viaje a Río hasta el momento!

De pequeña había estado muchísimas veces en Río, ya que a mi familia, le gustaba mucho pasar las vacaciones de invierno en esta ciudad. Mientras le mostraba a Matías los lugares en donde había pasado mis vacaciones, me di cuenta que eran los hoteles mas caros de Río, y en esos viajes habíamos estado en una cajita de cristal, shoopings, taxis, grandes restaurantes, la playa del hotel, etc. y no habíamos vivido lo verdadero y mejor de un viaje. La realidad.
Aprovechamos el momento para dar un paseo, beber un coco gelato (que no estaba tan gelato), y caminar por la playa. Al ver a uno de los tantos vendedores ambulantes un recuerdo vino a mi mente con sabor y todo.










 
Unas galletas de Polvo de camarón, que tiene una textura similar a esas galletas de arroz que son como una espuma, pero con un sabor riquísimo y especial, vienen dos opciones, dulces con papel rojo o saladas, con papel verde, las elegidas: saladas.
Ese si que es un sabor típico, típico del lugar, verdaderamente, algo especial.
Mientras degustábamos las galletas, el sol comenzó a caer y como contracara, una horda de jóvenes Cariocas, comenzaron a jugar con pelotas de fútbol, mujeres, hombre en grupos de a cinco, seis o mas, no había gente sentada.



El paisaje era, de un lado el mar y del otro miles de cabezas y pelotas que volaban como una gran coreografía de gente feliz. Desde lo alto del morro,  el Cristo redentor observaba todo, con los brazos abiertos.




Luego de una larga caminata por la ciudad, decidimos volver al hotel a deliberar el destino del día siguiente.







La premisa de esta segunda etapa, era pasar a un lugar más natural, menos turístico y más amable con el entorno. Después de barajar varias posibilidades Ilha Grande, era la ganadora.
Ya con un peso menos, por haber elegido el destino, nos dispusimos a prepararnos, resetear el equipaje, bañarnos e ir a cenar.


Preguntamos a la gente de la calle, donde podíamos comer y tomar algo y la verdad es que nos mandaron a lugares súper turísticos, llenos de gringos gritando y la música a todo volumen. A lo que criteriosamente decidimos valernos por nuestro olfato.
A una cuadra del hotel encontramos una linda cantina, en la que cenaba publico netamente local y había lista de espera.
El trajín del día, me había revuelto un poco el estomago, por lo que decidí comer una liviana ensalada Cesar, que estaba sumamente exquisita como pocas y Mati, un Frankfuter, alias: Pancho.
Al terminar no falto tomar ninguna decisión, con tan solo una mirada nos dijimos, vamos a dormir, ya!

A la mañana siguiente, teníamos todo listo para salir, luego de un desayuno decente en el hotel, bolsos y valijas en mano, partimos rumbo a la Terminal.
El trayecto constaría en dos etapas, la primera un Bus hasta Angra dos Reis, una vez allí, tomar un taxi hasta el puerto y de allí un ferry que nos dejaría en Ilha Grande, y allí, no sabíamos que nos depararía el destino.
Desde el momento que subimos al micro, comenzamos a disfrutar del viaje a pleno, adore poder ver la ciudad desde afuera, mientras me alejaba reflexione sobre el lugar, la gente y mis recuerdos.






Luego de atravesar algunas urbanizaciones la ruta comenzó a perderse entre la selva, atrevesando los morros a través de oscuros túneles, cada tanto asomaba un claro en la vegetación, una ventana al mar desde arriba del morro, donde nos encontrábamos. Pueblos con hoteles de lujo, algunos barrios cerrados y casas perdidas, eran parte del paisaje.



Tras tres horas aproximadas de viaje, llegamos a Angra dos Reis, una ciudad, cuya actividades más importante son la pesca y el puerto y la planta petrolera.
Al arribar, notamos en la Terminal que otra pareja de mochileros tenía los mismos planes que nosotros, por lo que decidimos compartir un taxi hasta el puerto.





Nuestros interinos compañeros de viaje, eran dos franceses, el actor, ella periodista, hablamos de cine, las ciudades y el lugar mientras aguardábamos que zarpe el ferry, que nos cruzaría a la isla.
Como teníamos bastante tiempo, decidimos explorar minimamente la cercanía al puerto.



Aprovechamos el momento, cambiamos algunos reales, compramos golosinas y caminamos, al pasar por una iglesia, divisamos un tumulto de gente saliendo de allí, se trataba de la celebración de un funeral, y como una estampa de otros tiempos mujeres arrugadas por el viento del mar salían con mantillas negras de encaje que cubrían sus blancos cabellos.







A la hora señalada volvimos al puerto, una vez arriba del ferry, nos sentamos alejados de la pareja Francesa, para conectarnos íntimamente con el mar y con nosotros mismos.


Detrás de mi, una joven Brasileña lloraba sin cesar, sus ojos de esmeralda resaltaban con el resplandor de aquella tarde nublada.
Luego de unas frías dos horas de navegación por el agitado mar, allí estaba ella, esperando, imponente, implacable y tranquila, la isla.






Al abandonar el barco una peregrinación de vendedores, guías de turismo y oportunistas, se acercaban a nosotros, con la esperanza de vendernos algo.
Un hombre con mirada confiable, se acerco a nosotros y nos enseño fotos de una pousada, para que la tengamos en cuenta a la hora de hospedarnos, le agradecimos y comenzamos con nuestro scouting de posibilidades.

Puerto de Abraoo, Ilha Grande.
Bajo la lluvia, atravesamos varias calles pedregosas en busca de hospedaje, el lugar, era hermoso, un pueblo sobre el mar, calles de piedra en subida, aroma a mariscos fritos, música y alegría.
Quiero aclarar que no teníamos mochilas, nuestras cosas eran transportadas en valijas, Matías arrastraba la suya con las ruedas, a pesar de mi advertencia acerca del terreno y el agua que arruinaban su equipaje.
Luego de preguntar en varias posadas, decidimos ir a chequear el lugar, del que el hombre de mirada confiable, nos había hablado. Al llegar donde indicaba el folleto, divisamos el cartel con el nombre del lugar “Pousada de Pillel”, (yo le llamo Pileu).
Luego de entrar tímidamente, nos recibió el mismísimo Pileu, que casualmente era el mismo hombre del puerto.
Nos enseño las habitaciones, el parque, la sala de estar, la sala de juegos y nos acompaño a nuestra habitación, para que nos pongamos cómodos.
El lugar era ideal, hermoso y barato, que mas podíamos pedir, nuestra habitación tenia una doble salida, que daba a un parque con hamacas paraguayas, ideales para nuestro, fernet post viaje.
Luego de descansar, conversar y disfrutar del lugar, decidimos salir a dar una caminata, a pesar de la lluvia.
Al salir nos cruzamos con Pileu, quien nos dio un pantallazo general de lo que era el lugar, el hombre era un apasionado, un ecologista amante de la naturaleza, que entendió desde el principio la esencia de nuestra personalidad!
Luego de explicarnos como funciona el lugar, el amable Pileu, nos presto dos pilotos y un paraguas para que saliéramos a pasear.
Al salir, ya había oscurecido, y el lugar parecía diferente. Varios puestos de comida adornaban las rusticas calles.
El pueblo comienza frente al mar con un sin fin de propuestas gastronomicas, que trabajan día y noche, algunos puestos de turismo, donde venden excursiones y ferias artesanales.
El lugar no cuenta con medios de transporte de ningún tipo, por lo que hay que valerse de la caminata para transportarse en los varios kilómetros en subida, que separa una playa de la otra.

Vestidos con nuestros amarillos impermeables, recorrimos la playa, pasando junto a los blancos cangrejos que nos recibían con las tenazas arriba, que de haber hablado, hubieran dicho - Bienvenidos al lugar! (por supuesto que con voz gruesa, y en Portugués).




El hambre comenzaba a hacerse presente en nuestros cuerpos, por lo que decidimos procurar un lugar donde cenar. Al volver a las callecitas del pueblo, notamos que la mayoría de los lugares, estaban cerrados, ya que el lugar era muuy tranquilo y además ya era bastante tarde y nosotros no conocíamos el movimiento del lugar. Luego de una larga recorrida, encontramos un restaurante abierto, que ofrecía pastas. Tallarines con Olio y ajo, y a dormir!

A la mañana siguiente el canto de los pájaros, era la banda sonora de nuestro despertar.
Con suma ansiedad por desayunar, abrimos nuestros equipajes para vestirnos y comenzar el día. Matías podía elegir su ropa con la valija cerrada, ya que estaba completamente raída en la parte de abajo y dejaba ver, parte de su guardarropa.

Jardin trasero "pousada de Pileu".
Por la puerta trasera salimos hacia el parque, donde nos esperaba el: “Café da Manha”.



Una gran mesa con bolo de abaxi & coco, jamón, quesos, dulces, tres clases de jugos, naranjas, melón, acerola, frutas tropicales, panes caseros, cereales, yogures, huevos revueltos, salchichas y muchas cosas mas. Tristeza no tein fin, café da manha, si!




Luego del desayuno, buscamos a Pileu, que tenia la posta sobre el lugar y la información que nos había dado el día anterior, estaba un poco borrosa en muestras mentes.

Mapa de Ilha Grande.

El lugar que el nos recomendó, era su preferido en la isla, por el cual el amaba el lugar, tiene una magia especial, nos dijo en voz baja, como un secreto.
Un lugar tan maravilloso, solo se puede descubrir, tras un gran esfuerzo, 8 kilómetros de subida por el morro, hasta llegar a Dois Rios, allá vamos.

Si hay un calzado errado para esa situación, son las Havaianas, al haber llovido la noche anterior las suelas de las hojotas, hacían ventosa contra el barroso suelo, dejándome descalza, cada dos de tres pasos, luego de un rato de andar, adopte una técnica, bastante efectiva para no perderlas mas.


El camino era muy complicado y cansador, la vegetación selvática y tropical, nos envolvía en un verde frenesí, de pronto un agujero en la maleza, hacia de mirador a lo alto de ese hermoso paisaje y nos demostraba, cuan alto habíamos llegado hasta ese momento. Aprovechamos la parada para tomar algo de agua,  descansar un poco, sacar algunas fotos y recobrar algo de energía. Por un rato caminamos sin escalar, para luego subir un rato mas hasta donde Pileu, nos había indicado, un camino secreto, un atajo…

Encontramos la discreta entrada y comenzamos una pronunciada bajada por estrecho sendero con varios obstáculos en el camino.

Al final del atajo, fuimos escupidos al camino nuevamente, una entrada de altísimas palmeras, indicaban la cercanía del mar, que aun no aparecía.
Al final del palmar, un gendarme apostado bajo el abrasador calor del mediodía tropical, nos pidió nuestros nombres para controlar quien entra y sale del lugar.














Al entrar, un pequeño asentamiento de de casas abandonadas y una penitenciaria olvidada en el tiempo, yacían baldías, junto a una capilla de estilo colonial.






Primera vista de Dois Rios.



Atravesando el pequeño poblado aprecio el mar, solitario, virgen y salvaje, y como abrazando el paraíso, un rió a cada lado, con desembocadura directa al mar.



Desembocadura del rio en el mar.

                                                              Corrimos desenfrenados de un lado a otro, gritamos, anunciando nuestra llegada desde lo alto de una roca.
El agua calida y transparente bañaba las costas y nos invitaba a entrar. Agotados por la excitación del lugar, nos entregamos al sol como una ofrenda a los Dioses que nos permitían apreciar tamaña belleza.
Vista de uno de los dos rios.
Playa de Dois Rios
Tras algunas horas en Dois rios, dejamos atrás la blanca arena, para volver a la pousada, ya que el lugar no tiene electricidad y cuando baja el sol, ni la luna ilumina, y se haría imposible la vuelta.










Lombriz de un metro.
En el  camino de regreso hice un pettit safari fotográfico de insectos exóticos que se cruzaban conmigo. Pasamos una tarde increíble, memorable, que quedara por siempre en nuestros corazones.




Gruta de la Virgen en el camino de vuelta.













Por la noche salimos a caminar un poco mas por el pueblo, la primera parada, el puesto de Spetinhos de la “Tía Betty”, así se llamaba. Jugosos, tiernos y bien adobados trozos de pollo atravesados por una mini lancita de madera, cocidos a las brasas, por tan solo 3 reales cada uno, un manjar.
Continuamos nuestro paseo, descubriendo un montón de simpáticos negocios, bares, restaurantes y atracciones varias.

A lo lejos, como una epifanía, un carro exhibidor de postres, nos estaba esperando. Cocadas, lemon pay, tartas de frutos exóticos, Grandes frutillas bañadas en chocolate, Brigadeiros, trufas y tantas otras delicias, vestían por completo la extensión del gran carro, con la más delicada y dedicada presentación.



Elegimos algunas dulzuras, para mas tarde, que el vendedor coloco con esmero en una bolsita de papel madera con la leyenda de “feito con amore”, hecho con amor.


Esa noche, la elección de la cena fue en un pequeño restaurante con mesas en la calle, que exhibía su carta en una gigantografia con promociones en la entrada.
Strogonoff de queso para mi y Frango asado con ensalada y papas fritas para Mati, la porciones eran tan grandes como el cartel de la entrada, no pudimos terminarlas y eso, es mucho decir. Al terminar la cena, un breve paseo por la playa, y un dvd de la colección de nuestro amigo Pileu, visto desde  la cama y como corolario, los fantásticos dulces del carro, fueron el cierre de ese maravilloso y agotador día.

Luego de desayunar, emprenderíamos una expedición a una playa llamada, “Lopes Mendes”, no era una travesía tan agotadora como la del día anterior, pero era una larga caminata.
La diferencia del trayecto de Dois Rios, con este, era que para llegar a dois rios había que atravesar la isla de cabo a rabo, y para acceder a Lopes  Mendes, había que hacerlo por la costa, pasando por varias playas y escalando algunos morros.

Parada para cambiar calzado.

Esta vez unas zapatillas, me ayudaron durante todo el trayecto.
Durante el recorrido hicimos un stop en una playa con hermoso parador, mientras aprovechaba la paradita, fui al baño y descubrí que todas sus paredes tenían pequeños Morangos (frutillas) pintadas a mano con muchísimo esmero.

Playa de Palmas.
Playa de Palmas.
La noche anterior, habíamos prendido un sahumerio en la habitación, para darle un clima mas romántico y Mati se había quemado el brazo a la altura del bíceps, el rose con la mochila y la transpiración le habían provocado una fuerte infección en la quemadura. La gente del lugar nos presto una poco de pomada para la quemadura que la hizo mejorar notablemente.
Luego de unos zucos de naranja y abacaxi, pomada y como frutilla del postre, el baño, seguimos viaje.

Vista panoramica de Palmas
 desde el camino a Lopes Mendes.
Camino a Lopes Mendes.
Lopes Mendes.

Una extensa playa de arenas blancas, grandes olas y azules y bastante gente, eran el point surfista del lugar. Lopes Mendes.









Matías opto por el surfing y yo un merecido descanso al sol luego del arduo trayecto.
Luego de nadar un rato, comprobé que esta parte de la isla, no tenía aguas tan calidas como la anterior, pero igualmente, era de una temperatura, muy agradable.
Mientras disfrutábamos de unos sándwich naturais, comprados en la playa, vimos como un manto de espesas nubes negras comenzaba a cubrir el horizonte rápidamente.
La gente del lugar, comenzó a levantar campamento velozmente, no era la típica lluvia pasajera, algo más venia.
Antes de que la tormenta amenazara la tarde, habíamos decidido regresar en lancha desde allí, ya que queríamos disfrutar hasta ultimo momento, del día de playa.
Al ver tales movimientos, decidimos hacer lo mismo y tratar de buscar un lugar en lancha que salía desde una playa cercana, ya que la cantidad de gente que se estaba yendo, probablemente ocupara todos los cupos.
Tormenta en el horizonte...

Recien llegados al barco.

Llegamos justo antes de que zarpara la lancha, los nuestros, eran los últimos lugares, viajamos en la proa, a la intemperie.
La tarde de playa, había llegado a su fin, el cielo, había comenzado a dibujar siniestras figuras oscuras de nubes bajas iluminadas por hilos de electricidad, que bajaban desde el cielo, perdiéndose en la inmensidad del mar.

La calma...antes de la tormenta.
Fuertes vientos golpeaban nuestros rostros haciéndonos sentir tan vivos, como solo la adrenalina que el peligro ofrece, puede hacerlo. Heladas gotas de lluvia, lavaban todos aquellos pensamientos que no tenían que ver con el estar allí, en ese momento, para vivirlo intensamente, en comunión con nosotros mismos y con la naturaleza.
Al llegar al puerto, temible tormenta, había quedado atrás. Al bajar de la lancha, decidimos ir en búsqueda, de una buena merienda. Los días anteriores, le habíamos “echado el ojo”, a una panadería, que vendía jugos naturales, variedad panes, panes rellenos y café con leche. Probamos algunas cositas ricas y volvimos a la posada a descansar un rato, antes de cenar.
Terminado nuestro ritual baño y fernet, en la hamaca paraguaya, de todas las noches, fuimos de paseo, por algunos lugares que aun, no habíamos recorrido.
Exploramos una zona de hostels y campings con mucho ruido. En Ilha Grande, la cantidad de argentinos es prácticamente nula, ya que es un destino poco conocido para nosotros y esta más bien copado por el público local y mochileros Europeos.
Los camping del lugar eran muy deprimentes, la descripción rápida, podría ser; un terreno baldío, con piso de tierra, muchas carpas, muy cerca una de la otra y muchos europeos ebrios y escuchando música muy fuerte, no tiene nada que ver con la idea de camping que podemos tener los latinos, no me gusto, ni lo recomiendo.
Luego de caminar por algunas calles ocultas, volvimos el “centro”, por algo de comer.
Esa noche, teníamos ganas de cenar algo tranquilo, lo elegido: Pizza.









Luego de esperar aproximadamente 1 hora por nuestra comida, una pizza no tan esplendorosa llego a nuestra mesa. Los ingredientes eran buenos, pero la masa, no estaba hecha en el momento y contrastaba mucho con la nobleza del aceite de oliva, la muzarella y la rucula que con tanta ansiedad, habíamos estando esperando.




Añadir leyenda




Para satisfacer nuestras ganas de algo rico, fuimos en busca del postre.
Matías se decidió por un atracón en una heladería autoservice, en donde podes agregarle a tu copa todos los ingredientes que desees y luego te cobran el peso del terminado. Yo por mi parte, satisfice mi gula con un crepe hecho a la vista, relleno con dulce de leche y chocolate, que compartí con un cangrejo que miraba de costado.









La mañana siguiente, ya la habíamos planeado la noche anterior, Pileu, nos había recomendado una excursión en barco a dos arrecifes y algunas playas, a las que solo se podían acceder de esta manera, nos pareció bien ya que además tenia el plus de que mi pasaje era sin cargo por habernos quedado en la pousada. Luego del desayuno, hicimos unos pequeños bolsos con nuestro equipo de snorkel, pero al salir del hotel, nos encontramos con que Pileu, estaba hablando con una pareja de recién llegados, y en voz baja, les decía que Dois Rios era su playa favorita, con las mismas palabras que a nosotros. Como dos amantes celosas, nos fuimos a nuestra excusión, sintiéndonos, poco especiales y engañados. Por supuesto que la situación era un estupidez, ya que ese, era el trabajo del hombre, pero era lindo pensar, que había compartido eso, que parecía un secreto, solo con nosotros dos.
Caminamos hacia el puerto de Abraao hasta encontrarnos con el barco, que nos llevaría de excusión. Al zarpar el barco, comenzamos a disfrutar de la navegación, un cielo, limpio, sin nubes, vaticinaba un buen clima, para el resto de la tarde.
La primera parada, Lagoa Verde, una pequeña bahía cerrada sin playas, arrecifes con biodiversidad, ideal para el snorkeling.
El color del agua, era bien diferente y bastante mas calida, que en los demás lugares que habíamos visitado en la isla.


Matías y yo éramos los mas jóvenes de la excursión, por lo que las damas a bordo de la embarcación, observaban nuestra actividad, con toda atención, trescientas tiradas bomba desde el barco, miles de fotos, risas y diversión. Una amable señora, se acerco a mi con una genial sugerencia, me acerco una galletita y me dijo que si la tiraba desde arriba del barco, hacia donde estaba Matías, los peces vendrían y podría tomar buenas fotos.



Mati como loco!
Siguiendo el consejo de la mujer, tome la galletita que me ofreció y le comente a Matías que me escuchaba atento desde adentro del mar.
Eche por la borda la galleta hecha migajas y al tocar el agua, no miles, millones de peces de todos los colores se acercaron a devorarlas, Matías, casi espantado, no podía soportar la sensación de tantos peces tocando su cuerpo, por lo que aproveche y le arroje mas galletas para divertirme yo sola! Luego de unos momentos, se acostumbro y comenzó a disfrutarlo!


Siguiente parada Lagoa Azul. La diferencia de color del agua, era muy marcada, agua de un azul profundo eran el lugar indicado para explorar las profundidades marinas por un rato.


Nadamos bastante tiempo, snorqueleamos y descubrimos diferentes clases de peces, caracoles y estrellas de mar.


Parece que Japariz, es una de las paradas obligatorias, para todos aquellos que visitan Lagoa Azul. Ya en el barco, comenzaron a circular los menú del restaurante que nos esperaba en aquel lugar, para la hora del almuerzo. Por supuesto que elegir de antemano, no era una opción valida para nosotros, así que decidimos esperar, para ver, con que nos encontrábamos en el lugar.
Al llegar, una gran playa, con un largo muelle, nos dio la bienvenida, como es nuestra costumbre, abandonamos el rebano y decidimos comer una hamburguesa, en un puestito del lugar. De mas esta decir, que el lugar era una trampa para turistas, no quedaba otra que almorzar en el restaurante, que tenia arreglo con los barcos que hacían las excursiones y que por cierto, sus precios, no tenían demasiado que ver con la realidad.
Con las pancitas llenas, aprovechamos el rato que nos quedaba, para nadar por las calmas aguas, y descansar un rato bajo el abrasador sol de Brasil.


Voy a repetir que la playa era bastante extensa, ya que lo que quiero contar, tiene mucho que ver con esto, dos mujeres llamativamente blancas, se sentaron a descansar a un escaso metro de nosotros, por que????!!!!
Matías se irrita muy repentinamente con este tipo de situaciones, por lo que me abandono, con las blancuzcas de capelina, mientras se encomendaba a la mar.

Saco de Ceu.
La tercera y ultima parada de la excusión, era una playa, llamada Saco de Ceu, (Bolsa de estrellas), fue bautizada con ese nombre, porque la calma de sus aguas hace que por las noches, las estrellas se reflejen con nitidez en el mar.
Este lugar, parecía ser bastante exclusivo, ya que había algunas mansiones con playa privada y unos yates de igual categoría, equipados con jet-skies de alta gamma, equipos de audio de última generación y mucho, mucho glamour.



El horario hacia que las palmeras taparan al sol  que iluminaba la playa, por lo que nos pareció mucho mejor, continuar con la exploración de los arrecifes y el nado en aquellas aguas en las que creíamos, no volveríamos a ver.

El regreso, fue muy fotográfico, la cubierta del barco, tenia un segundo piso, en donde se podía descansar al aire libre. Violáceos y rosados tonos, anunciaban el mayor espectáculo del día: el atardecer. Nuestros cabellos flotaban entre la brisa marina, música reggae tocaba suave de fondo y el amor, estaba en el aire. Que mas se puede pedir para un solo día.
Al llegar a la pousada decidimos sacrificar el fernet de cada tarde para ir en busca de una caipirinha.






Un bar junto del al muelle de Abraao, fue el elegido, bajo un árbol, con arena en los pies, disfrutamos de nuestros tragos, conversamos y reflexionamos.









Esa noche, decidimos cenar en un restaurante que prometía una buena cocina.
Una picanha para compartir, con papas fritas y ensalada, fue nuestra cena, la cual compartimos con un cachorro sin pata, que nos miraba con ojitos redondos. Matías, reincidió, con la heladería de los mil confites, y yo solo me limite a observarlo. Mi estomago, comenzaba a fallar, nuevamente.










En la habitación, una noche, no muy agradable, me esperaba: nauseas y migraña.
Por la mañana, durante un tremendo desayuno, (que no debería haber comido), decidimos ir a una playa cercana, ya que mi estado general, no era el adecuado para aventurarnos en ninguna expedición. Con todo mi esfuerzo, caminamos hasta una playa bastante cercana,  pero no lo suficiente para mí. Al llegar, a Pouso, me desplome en una silla,  tratando de que el sol, no se ensañara conmigo.

Mati escapando en el Kayak.

Matías, opto por alquilar un Kayak y perderse entre las olas del mar.
En ese momento lo único que quería era hacerme una bolita y tirarme en la cama. Pero no seria posible, ese, era nuestro último día, y recién comenzaba.

Gatito a la sombra, como yo...









Al regreso de Matías, supongo que abra notado mi cara de sufrimiento, que yo con esfuerzo inútil, trataba de disimular. Un taxi lancha, nos devolvió a Abraao, para ir a descansar.
Matías disimulo muy bien su desilusión y me dejo descansando en la cama, para ir a dar unas vueltas y mirar el mar, con lo que quedaba de la tarde.
A su regreso, yo ya me sentía bastante mejor y para mi total sorpresa, nos regalo unos hermosos anillos para que no olvidáramos jamás, aquel, tan hermoso lugar.

Debíamos ser precavidos, a la hora de elegir la cena, ya que a la mañana siguiente, nos tomaríamos una lancha pequeña para 5 pasajeros, que cruzaría el mar durante una hora para devolvernos al continente.
Caminamos algunas cuadras por las calles de la isla y elegimos un pequeño, pero muy concurrido restaurante de pastas, spaghetti fileto para los dos, con un buen queso Parmesano, me sentaron de maravilla, para mi resentido cuerpo. Pasamos una linda velada recordando cosas de los días pasados, la gente que habíamos conocido y los momentos vividos. Regresamos a la pousada para preparar nuestro equipaje, o en el caso de Matías…lo que quedaba de el.
Con varias capas de Silver tape, solucionamos las roturas y terminamos de armar todo, para irnos a descansar.
Por la mañana, un suculento desayuno fue nuestra despedida gastronomica en la isla.
Saludamos a la gente del lugar, que tan bien, nos habían tratado, prometiendo recomendar a nuestros amigos.

En la lancha.
Navegando.



Barquito en el puerto.
Un picado viaje de regreso,  al mejor estilo "Miami Vice",nos llevo hasta el puerto de Manguitos, desde donde volveríamos a Río de Janeiro.










El viaje de vuelta, duro unos 40 minutos menos, ya que Manguitos, esta mas cerca de Río, que Angra do Reis. Una parada a mitad de camino, en un parador de comidas rápidas rutero, nos permitieron comer nuestro ultimo Spetinho rebozado y frito. Mientras manifestábamos nuestra pocas ganas de volver, Matías muy tiernamente me dijo, mientras sostenía el palito ya vacío del brochete – la vuelta es un  Spetinho al corazón!
Mientras nos reíamos subimos al bus, para terminar el trayecto. Al descender del micro en la Terminal, tomamos un taxi para llegar al Aeropuerto Internacional de Rió, en donde tomaríamos el avión que nos traería de regreso a casa.

Luego de hacer el chek-in y dejar el equipaje, nos comimos unos últimos, panes de queijo y compramos algunos regalos para las familias.









Al momento del embarque, no revisaron nuestras valijas, pero la policía me paro, ya que había detectado algo extraño en mi, al pasar por el detector de metales, hicieron que me quitara las botas y pasara nuevamente, fue allí cuando recordé, que una alfiler de gancho, eran el complemento de cierre de mis shorts, ya que tenia rota la cremallera. Trate de explicarle sin éxito a la mujer policía, ya que no me permitió acercarme a ella para mostrarle la situación.
Finalmente, la mujer comprendió y me despojo de la alfiler dejando mis pantaloncillos a suerte o verdad. Luego de pasar por esa tensionante situación, Matías, me dio una reprimenda, con el discurso de que no se como viajar, que soy una irresponsable, al unísono que sacaba de la mochila, un sanguche de jamón y queso, hecho en el desayuno, en la pousada de Pileu. Mientras nos reíamos sin parar, disfrutamos, de este si, nuestro ultimo bocadillo de contrabando, en Rió.



Links de Interes.

http://www.ilhagrandedpillel.com.br/index_pt.htm

http://www.apahotel.com.br/

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