domingo, 5 de diciembre de 2010

Viejo Hotel Ostende.

Durante la temporada de invierno, Mati y yo, solemos venir a Pinamar, una localidad balnearia de Buenos Aires, Argentina.
El lugar donde nos quedamos a pasar esos días, se encuentra ubicado en el límite sur, que divide Pinamar, con Ostende.  Este último lugar, es uno de nuestros preferidos, por su simpleza y tranquilidad.
Para el siguiente relato, necesito ponerlos en situación, remitiéndome algunos anos atrás en la historia.

Un Cacho de cultura…

A partir de 1909, una compañía belga, al mando de Ferdinand Robette, encara un ambicioso proyecto. Construir una cuidad balnearia en un indómito lugar de dunas, de  14 Km. 2. Para tamaña tarea, se empleo a trabajadores japoneses, residentes de la estancia Tokio, a 1 Km. del lugar.
Los nostálgicos belgas, le dieron el nombre de Ostende al lugar, pues la idea, era trasladar la estética, de los balnearios europeos, del Mar del Norte.
Dicha urbanización,  no habitual para la época, elegante, pero sin lujo, incluía, una avenida central de 50 mts de ancho, un hemiciclo y una rambla con pilares y balustradas, que quedo inconclusa y cuyos pináculos hoy sobresalen de la arena.
El proyecto original, también incluía un hotel de 80 habitaciones, el “Hotel Termas”, que luego se convertiría, en el “Viejo Hotel Ostende”, este, ofrecía amplios salones, espacios para juegos, lectura, esgrima, también fabrica de pastas, repostería, restaurantes y jardines de invierno.
Llegar al hotel, era toda una aventura, Un tren partía de la estación Constitución  de Buenos Aires,  hasta la estación “Juancho” luego en volantas hasta la colonia Tokio, donde comenzaban las dunas y se transbordaba a un pequeño tren de vías móviles (decauville) que llegaba a destino.
Como todos sabemos, la naturaleza, se abre camino y nada podía detenerla, se inicio un plan de forestación de fugaz éxito y pronto varias edificaciones, fueron devoradas por la arena.
Como principal testigo de la voracidad de las dunas, ya con mas de 90 anos de historia,  poblado por fantasmas amables y recuerdos entrañables, hoy se yergue el Viejo Hotel Ostende, que fue construido a partir de 1913 e inauguro el 15 de diciembre de ese mismo ano.
Sus primeros dueños, fueron los señores Beovide y Colombo, contaba Don Carlos Gesell que, en 1931, al llegar por primera vez a Ostende, tuvo que ingresar al primer piso por una pasarela de tablones, ya que la arena tapaba completamente la planta baja y los alrededores, pese a ello, el hotel seguía funcionando y esto era parte de su encanto.
Cuenta la leyenda que fue en un papel con membrete del hotel, donde Antoine de Saint- Exupery, escribió sus primeros textos, durante sus dos veranos en la Argentina, hospedado en la habitación 51 de la torre, que aun se conserva totalmente original, como en aquellos tiempos. Otros escritores famosos tuvieron su paso  e inspiración en el hotel, Adolfo Bioy Casares  y Silvina Ocampo, escribieron la novela Los que aman, odian, cuya trama transcurre en un hotel sitiado por las tormentas de arena.
Habiendo contado esta gran historia, creo haberlos puesto en suficiente clima, para contarles, el encuentro entre el hotel y yo.


El Hotel y yo.

Siempre sentí curiosidad por conocer el Viejo Hotel Ostende, sus rejas, desde afuera, fueron objeto de mi inspiración para algunos fotos ya algunos anos atrás.
Hoy, aprovecho mi experiencia para concertar una entrevista con la gente que maneja el lugar.
Luego de varias llamadas telefónica, finalmente logre comunicarme con la persona indicada,  Roxana Salpeter, administradora y dueña del lugar me recibiría en el hotel (que aun no a ha inaugurado temporada) para tener una charla y conocer el lugar.


Al llegar, fui recibida amablemente por un hombre, que llevaba una pila de varias cajas, con artefactos de luz, esto me daba la pauta que el hotel estaba siendo acondicionado después de algunos meses cerrado, para recibir a los huéspedes  en esta temporada de verano.





Mi primer encuentro al entrar, fue de refilón con la cocina, a la que mire y le dije, volveré para admirarte.
Siguiendo al amable hombre, llegamos a una sala que distribuía algunas de las alas del hotel, en donde me esperaba Roxana.








Al conocerla, algo familiar en su trato, me inspiro confianza,  la conversación fluyo de manera tal, que hasta los silencios, ocupaban muy bien el espacio.









Al comenzar el tour por las instalaciones, Roxana me advirtió, que lugar se “encontraba en ruleros”, como indicando que no encontraría los detalles propios, de un lugar en funcionamiento. Me gusto, que me permitiera verlo así.




Mientras caminaba los largos pasillos, pensaba en todas las historias, que el lugar tenia para contar, debe haber sido hermoso crecer en un lugar como este, pensé, ya que el espacio que el hotel le da a la recreación de los niños, es muy importante, no solo por el tamaño del lugar, sino porque sus paredes, exhiben orgullosas los trabajos hechos por los pequeños el ano anterior, sin pensar si va o no va con la decoración del lugar. Eso habla  de la importancia que se le da, no solo al bienestar de sus huéspedes, sino también al respeto por el momento del juego, que todos los niños tienen que tener.




                                                                   
Continuando con el recorrido, Roxana me mostró algunas de las habitaciones. Un estilo austero, sencillo y elegante, pero que solo sirve como habitación, ya que varias salas conforman espacios que permiten deambular por el hotel y buscar el lugar que mas identifique a cada persona, para las diferentes actividades que desee realizar o simplemente, dar lugar a los pensamientos y a la reflexión. Ya que la idea, es sentirse en la comodidad del hogar, pero con un servicio de hotel.



Un pequeño patio con una huerta aromática, invade con aromas de curry, orégano, estragon, romero y demás hiervas, los ambientes cercanos a el, según donde el viento lo lleve. También surte de especias a la antigua cocina y es el pulmón de varias habitaciones.





El lugar que convierte en realidad las delicias gastronomicas que el restaurante del hotel ofrece: La antigua cocina, muy bien equipada, varias cuadras de eleboracion donde se crean esos sabores de antaño y cocina de abuela,  que los huéspedes, tanto valoran.


Una antiquísima panadería con horno a leña en desuso, utencillos de cobre y barra de madera, surten de bebidas frescas a los bañistas que prefieran darse un refrescante chapuzón en la cristalina pileta, rodeados de árboles anejos, higueras y hiedras que trepan las paredes. Un manto de virgen en flor, cubre gran parte del camino que rodea la piscina, esto demuestra, el amor que los huéspedes sienten por el lugar, ya que cuidan de no pisarlo, como si se tratara de su propio jardín.








Como un gran secreto, el sector de habitaciones de la torre, esconde un mirador al que muy pocos acceden. Una alta escalera de madera,  cruje con cada pisada, como avisando a los fantasmas, que pronto tendrán compañía. Pequeñas ventanas, dejan ver la  impactante vista del mar, hacen que el esfuerzo de subir, merezca la pena. Si se tratara de un avión, esta, seria la cabina del piloto, que solo algunos poco, tienen la suerte de conocer.



 
En este sector, las habitaciones respetan a rajatabla, la estética de la época, en ellas, parece que el tiempo se hubiera detenido, para no quedar en el olvido. Como por ejemplo, la habitación 51, en donde Antoine de Saint-Exupery, escribió parte de los textos de “El Principito”.

Mientras continuábamos recorriendo, Roxana, me permitió espiar un sector de habitaciones en desuso que sirven a su vez de depósito, como un gran cofre lleno de tesoros. Una de ellas, la antigua sala de música, que se restaurara y volverá a latir para el festejo de los primeros 100 anos del viejo hotel, comento Roxana, con voz sonadora.















El lugar y su gente, promueven la cultura y el arte, un micro cine con asientos de cuero, testigos de tantisimas películas son alguno de los tantos indicios de ello.

El lugar cuenta con balneario privado, y cada habitación tiene una carpa asignada. Allí, no hay necesidad de regresar al hotel para disfrutar del almuerzo, ya que un parador con restaurante atiende los deseos de los relajados huéspedes.

También, en ocasiones especiales, se puede disfrutar de cine al atardecer, con el mar como testigo. El creativo Director de cine, Mariano Llinas, a proyectado el estreno de su obra “Balnearios”, ya hace algunos veranos.


El hotel deja lugar para la lectura, el descanso, la intimidad, la recreación y las artes.
Un lugar con identidad propia, sin lugar para los grises, el lugar respira y tiene una posición tomada. Con rasgos y características propias, que lo hace único y genuino.
No es un lugar para todo el mundo, no por una cuestión elitista, ni snob, sino porque las personalidades fuertes, no son compatibles con todos.

Puede haber mejores y peores lugares, pero sin dudas, no iguales.

Links de interés.

5 comentarios:

  1. WOW ME ENCANTO! muchas gracias amiga por la liga!!!!! leere mas a detalle y te comento =) abrazos
    Marco Luna
    @malolobomalo

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  2. Qué hermoso artículo :)
    Amo el Viejo Hotel
    Cariños
    Elisa

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  3. Sin duda el viejo Hotel Ostende es un lugar que tiene la magia de sentirse cómodo, a gusto, en confianza y con calma, ni bien uno atraviesa sus puertas. Siempre se quiere volver.

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  4. Excelente! Gracias Celeste por compartir. Me dieron muchísimas ganas de pasar por
    ahi..seguramente lo haga la próxima vez que esté cerca del lugar. Saludos y abrazos.-

    Valeria.-
    @valeraw

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  5. estoy buscando algun hotel en buenos aires así, me encanto ese estilo! espero poder conocerlo

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